Leyendo los diarios en línea me encuentro una noticia sobre Christina Aguilera, mujer de hermosa voz e imagen altamente plastificada, que llama mi atención por la cabecera, pues muestra un par de fotos comparativas bastante contrastantes; una de ellas la foto supersofisticada con los labios rojos que la caracterizan, la otra foto, poco favorecedora, sale con poco maquillaje por los requerimientos de una película que está realizando. Hasta ahí nada tiene de extraordinario, si no fuese porque me dió por mirar los foros admitidos bajo la nota y empezar a admirarme ante las muestras de envidia, rencor, burla y anexos de los comentaristas anónimos. ¡Cuánto rencor y cuánta rabia! ¡Cuánta frustración por no ser poseedores de la perfección idealizada! Perfección que, por otro lado, sólo es posible gracias al retoque del maquillaje y el photoshop.
Y vuela la memoria hacia una vieja película protagonizada por una entonces joven y alocada Angelina Jolie, encarnando a otra joven y alocada personalidad del mundo de la moda: Gia. ¿Gia qué? No tengo idea. Nunca me interesó lo suficiente la película para ponerme a investigar sobre la desafortunada chica hermosa que tiró su vida por el caño. Recuerdo, eso sí, la parte en la cual es ingresada a un centro de rehabilitación para tratar de retirarla del vicio de la heroína, y ahí la encara una chica también adicta que comenzó con las drogas para paliar su frustración de no ser tan bella como Gia. La increpación que la chica le hace podría resumirse en lo siguiente: "Me drogaba porque no podía verme como tú, porque nadie fue capaz de decirme que eso no era real, y ni siquiera tú puedes verte en la vida real como te ves en las portadas."
Cuesta abstraerse del constante bombardeo de la imagen de la mujer prefecta, de las mmiles de portadas de revistas, de anuncios que nos persiguen y nos recuerdan que hay que tener un cutis de porcelana, lábios suculentos, cintura de avispa, piernas kilométricas, cabelleras sedosas, miradas felinas, etc., etc., etc. El impacto en las jóvenes y no tanto es brutal. La envidia, la depresión y la frustración están a la orden del día. Los productos milagro en realidad lo que nos venden son vanas esperanzas. ¿Y el ser en dónde queda? ¿Debajo de una capa de corrido maquillaje?