jueves, julio 20, 2017

Demolición

A principios de año hubo un asesinato cerca del Estadio Azul, en una calle que transito casi a diario. Recuerdo haber visto un cuerpo tirado entre dos autos. Ensangrentado, con la ropa puesta a medias. Recuerdo haber visto las notas rojas saltando en todos los diarios.
La casa frente a la que ocurrió el homicidio fue acordonada y, durante semanas, se colocó a un sufrido policía a cuidar que nadie entrara. Todas las heladas mañanas de enero sentado en una sillita respondiendo las preguntas de los morbosos. Hasta que, un día cualquiera, desaparecieron el policía y las cintas de escena del crimen.
Ayer, constaté que la casa también ha desaparecido. Demolida. Devorada por la voracidad inmobiliaria. Los dueños no iban a poder rentarla de nuevo, habiendo quedado estigmatizada por la muerte violenta. Así que daba igual a quién se le vendiera.
Las obras han comenzado. En el terreno que ocupaba esa casa amplia y de enorme jardín se levará un edificio moderno y multifuncional, de esos de portero invisible, elevador y portones automáticos. Con acabados de última, balcones soleados y estancias diminutas.
¿Los nuevos inquilinos se enterarán de que alguna vez ocurrió en esa entrada un asesinato? ¿Les importará? ¿Acaso nos importan las muertes ocurridas en el pasado en los lugares que pisamos? Porque, bien pensado, la ciudad que habitamos es un inmenso cementerio donde por milenios las vidas y muertes se han sucedido.

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