Si, me desaparecí algunos días, pensaba llevarme mi portatil de vacacones conmigo pero ya pesaba demasiado la maleta, y el internet en la zona hotelera de Cancún sale en un ojo de la cara, especialmente cuando en la suite la conexión es gratuita. Mal por mí. Whatever, es un gusto ver lo rápido que se ha recuperado la zona turística de Cancún, la remodelada que le pusieron a los hoteles con los créditos y demás linduras. Eso si, los malls van a tardar un muy buen rato en recuperarse, ahí se ven aun los estragos económicos que dejó a su paso Wilma, el huracán que prácticamente deshizo Cancún, como ya ocurriese en el pasado cuando tenía por nombre Cabo Obispo, según me contaron los lugareños. Eso si, la tromba que se desató el 12 de mayo fue inolvidable, hacía años que no granizaba, y eso de llegar a encontrarme con la playa en alerta roja no es agradable, a ratos las lluvias torrenciales y el viento silbando como alma en pena no son tranquilizadores cuando la habitación da directo a la playa.
Como decía, la zona hotelera se encuentra prácticamente rehabilitada, aunque no se puede decir lo mismo de la zona de vivienda, el Cancún de los trabajadores, los que hacen funcionar ese inmenso monstruo al servicio del turismo. Porque ir a la Cd. ya es otra cosa, es encontrarse calles donde el pavimento fue levantado y rellenado por la arena arrastrada en el furor del mar y el viento. Hay locales abandonados a manos llenas, ya que el pillaje devastó más que el temporal, y muchos pequeños comercios jamás se levantaron. Las playas, eso si, dejan aún mucho qué desear, ya que la suave y blanca arena que caracterizaba a este lugar aun no regresa, y eso de andar pisando gijarros es muy doloroso. Pasará mucho antes que se acabe de moler tanto pedruzco.
Es curioso viajar a zonas como Cancún, Ixtapa o Manzanillo, donde las zonas para turistas están debidamente edulcoradas, con su envoltura de celofán y sanitizadas, mientras que las fuerzas que mantienen en funcionamiento la maquinaria no se ven ni se oyen, a menos que sean necesarias. Urras y Anarres vuelven a mi mente, lo mismo que Metrópolis. Sólo que yo no me creo las soluciones simplistas de la peli y en cambio comulgo más con la Leguin en su magnífica Los Desposeídos. Y si, me hago muchas veces la misma pregunta que el prota: ¿La amabilidad se compra?. Y la respuesta en el Hyatt de Cancún es "Si, ¿pago con tarjeta o lo cargamos a su habitación?".
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